Relato EL MAGO

La ciudad comienza a desperezarse bajo el rumor de la brisa acariciando las ramas llenas de pájaros que rebolotean de una a otra, creando una algarabía que por su belleza, contrasta con la confusión de ruídos altos y entremezclados que poco tiempo después se comenzará a escuchar en las calles plagadas de coches; humo proveniente de los tubos de escape, pitidos, alguna que otra discusión provocada por un frenazo a destiempo, bostezos al volante...
Federico Guzmán aún duerme en su esquina de la cama, enfrentado con la mesilla, dando la espalda a Dolores, su mujer, la cual duerme en idéntica posición al otro lado del colchón, creándose una imagen simétrica, símbolo de la separación conyugal que sufre el matrimonio, institucionalizado veinte años atrás. Si nos fijamos bien, la cara de Fede, que así le llaman, aunque a él no le hace mucha gracia, muestra una angustia latente, que representa todo el rebullir de pensamientos viciados, anclados en el subconsciente, que luchan por salir a flote, y que, por ahora, solo encuentran el camino de los sueños como medio de subsistencia.
Accidentes, caídas, tropiezos...todas estas imágenes son escupidas por un televisor, acompañadas de una música cómica, situado en una de las repisas que están colocadas en la esquina derecha de la barra del café "La Metamorfosis", lugar señorial, todo hecho de madera, en donde desayunan gran parte de los profesores del Instituto de Educación Secundaria Obligatoria "El Camino de las Maravillas", antes de dirigirse, como todas las mañanas, a impartir clase en sus respectivas aulas.
En esto llega nuestro protagonista, que acercándose a la barra, se fija en un hombre gordo, con aspecto desaliñado, el cual está mirando, con un cacho de donut en mitad de la boca, y una sonrisa estridente en la otra, mientras mastica con la boca abierta, la caja tonta, divertido en su faena. Y es en este momento cuando el camarero, un estudiante de Historia que se gana la vida con la hostelería, le dice al hombre obeso -ahí tiene su licor café señor juez, para empezar el día bien despierto-, a lo cual le responde el juez, tragando de un tirón su bocado: -no hijo no, más bien para todo lo contrario-, soltando una carcajada que retumba en todo el bar.
Al llegar a la barra, Fede pide un café al mozo, y mientras espera a que se lo traigan para irse a sentar en su pequeño rincón de todas las mañanas, en donde a esas horas, y si el día lo acompaña, entra un haz de luz solar que baña de paz y energía los rincones más abruptos de su mente, y el océano agitado que es su espíritu.
Se entretiene ojeando el periódico del día, hasta que un titular del mismo lo detiene en su deambular informativo: "Desaceleración coyuntural de la economía", una pequeña mueca se dibuja en su rostro, en ese mismo instante le traen el café, él lo coge con una mano mientras dice en voz baja: -nos toman por tontos- con un tono de indignación, chocando con uno de los camareros, que volvía de entregarle al cura del barrio un chocolate con churros, quién rebotado por el empujón, da unos pasos hacia atrás, mientras el cura habla con una mujer que lleva a su hijo de la mano, diciéndole a modo de sermón: -tu sabes Carmiña que Jesucristo siempre decía, "dejad que los niños se acerquen a mi"- , justo cuando el predicador termina su frase, el camarero, intentando recomponer su desequlibrio en vano, cae sobre el niño, que, impulsado por el empleado del café, va a dar con su cara sobre la entrepierna del fraile, quedándose este sin habla, estupefacto, con una cara que denota una mezcla entre azoramiento, pudor, y satisfacción, calléndole una gota de sudor por la frente, hasta que la mujer reacciona, y coge al niño de la mano, llevándoselo y diciendo: -pero así no padre, así no...-.
El instituto donde Fede trabaja como profesor de filosofía, es un edificio antiguo, de los que se construían a comienzos del siglo XX,  de corte neoclásico, con tipología contemporánea para la época, es decir, un edificio del momento disfrazado con formas clásicas, en donde el techo está a unos tres metros del suelo, creando una atmósfera estudiantil diferente a lo que normalmente se ve hoy en día. Su clase de primero de bachillerato, frecuentemente alborotada, sin un gobierno claro, está repartida de tal forma, que en la primera fila están situados los pocos alumnos que quieren prestar atención a las enseñanzas, y en el resto del espacio están posicionados a modo de guerrilla, los que actúan como pequeños terroristas de la educación obligatoria, y los que actúan como meras comparsas de estos últimos.
Uno de estos terroristas a pequeña escala llamado "el rebelde" por su talante alborotador, y repetidor por segundo año consecutivo, en el momento en el que Fede está escribiendo en la pizarra el nombre de Nietzche, proponiendo a sus alumnos que hagan un análisis de alguno de sus escritos, le tira una bola de papel en la cabeza, dándose este la vuelta y preguntando tajante: -¿quién fue?- , a lo que nadie responde, creándose un silencio sepulcral, que es roto cuando el rebelde dice con tono desafiante: -fuí yo,  ¿tienes algún problema?-, respondiendo el profesor con voz trémula, temeroso de su acosador: -que no se vuelva a repetir-, posando nerviosamente su mano en la pizarra. Nuestro alumno suvbersivo yace sonriente, con la seguridad del que se sabe vencedor.
Al acabar la clase, una de las alumnas que luchan cada día por prestar atención entre todo el algarabío, se le acerca, tímida, y le dice: -usted tiene miedo, y él lo sabe, y los alumnos como él son como perros sarnosos, huelen el miedo y atacan-.
De vuelta a casa, mientras conduce por el mismo trayecto urbano, que él considera que es el más corto, de cada día, de todos los días, su cara ojerosa y cansada se empieza a derrumbar como una de esas rocas que forman los acantilados, y que a base de recibir las embestidas de un mar furioso, se desploman sobre la superficie marina, para luego sumergirse en las profundidades, rompiendo a llorar, hasta tal punto, que las lágrimas, impidiendo su visión, fuerzan su retirada hacia el arcén, parando el coche, y atrayendo la mirada de los otros conductores, vouyeurs de la miseria humana.
Mientras tanto, las noches de Federico siguen siendo una onírica reminiscencia de lo que en realidad él querría para su vida. En sus sueños siempre reproduce las situaciones que han significado un  fracaso, pero esta vez, sus reacciones son las que él anhela para su realidad diaria, y así, ahora sueña con el reto propuesto por el rebelde esa misma mañana, en la última clase del día. Todo sucede igual; la bola de papel, su decidida respuesta preguntando quién fue, el silencio colectivo, la confrontación con el alumno. Pero ahora su réplica, contundente, es: -que no se vuelva a repetir o te expulso de mi clase-, levantándose Jesús, como así se llama el insumiso, y situándose cara a cara con el maestro, a lo cual Fede responde con una sonrisa confiada. Entonces se reincorpora Teresa, esa chica tímida que le habló a la mañana, y dice adoptando una pose de comicidad, poco acorde con su carácter retraído: -soñando no arreglará nada-, sacando al tiempo una 9mm de su bolso y disparando a donde está situado el profesor, el cual se despierta acto seguido, turbado por lo que acaba de presenciar, sudando abundantemente, buscando con mirada sobresaltada el otro lado de la cama, en donde encuentra, con cara de resignación, a su mujer, que lo observa como diciendo para sus adentros: -este tipo está loco-.
Tras un pequeño silencio en el que los dos se observan como un par de desconocidos, ella comenta: -¿soñando otra vez?-, a lo que él, con un gesto casi imperceptible de hombros y cejas, avergonzado, responde que si. Entonces Dolores, que así se llama su mujer, dice secamente, con gran desprecio: -anda duérmete-, tumbándose de nuevo y apagando la luz. -No, déjala encendida-, la frase de Federico es recibida con indiferencia por parte de Dolores, que estirando su brazo, coge el interruptor de la lámpara y la enciende de nuevo, quedándose la habitación marital en una leve penumbra que acaba por tranquilizar a Fede, no sin antes revolver toda su mente buscando un estado de no pensamiento, un estado en el que su mente no flagele su consciencia a base de recuerdos cimentados en el miedo.
Los días de Fede transcurren bajo la simple inercia del estar vivo, bajo esa tortuosa apariencia que muestran los seres que aún no han encontrado una isla yerma en la que disfrutar de la tranquilidad de un mar en calma.
A la mañana siguiente, ya en el instituto, Federico se encuetra en la sala de profesores corrigiendo unos exámenes realizados la semana anterior, ensimismado en su faena, cuando por la puerta entra Eva, una de las profesoras, que enseña Francés, y que resalta entre la austeridad de la habitación gracias a sus vestidos, siempre coloridos, y que dejan entrever toda una geografía de curvas precisas y preciosas, que se mezclan con los papeles que él contiene entre sus manos, encendiédolo como un fuego de artificio en una feria.
Por más que Federico lo intenta, su atención, antes sumergida entre los ejercicios de sus alumnos, ahora se encuentra desviada hacia ese colosal movimiento de caderas que ella realiza, despistada, mientras revuelve en unos papeles, sin darse cuenta de la presencia de su admirador secreto, que la observa, decidido, con lascivia callada.
-Hola Eva- la interrumpe Fede levantándose de su asiento, adquiriendo una pose ridícula para cualquiera que lo observase en su maniobra...
-Hola Fede, no me había dado cuenta de que estabas aquí- responde ella, distraída...
-es que a veces juego a hacerme el invisible jejeje- dice él en un intento de coqueteo, que se queda en eso, en un mero intento...
-perdona, que no te estaba atendiendo, ¿que me decías?-, apresurada en sus movimientos...
- ohh nada nada- responde Fede, acercándose un poco, - ¿sabes que mañana hay una obra de teatro en el Principal?- lanzado hacia su presa...
-¿ah si, y vas a ir?- dice ella, a lo que Fede responde ilusionado -¡si!-
-pues ya me contarás que tal estuvo- comenta Eva, rompiendo de un plumazo esa pequeña burbujita que se había formado en la cabeza de Fede, el cual traga saliva, y alejándose, balbucea - oh si si, ya te contaré- ...
Otra vez en soledad, Federico se dispone a corregir sus exámenes, pero la visión de Eva ha impregando de tal forma su mente, generando una sucesión de fantasías tales, que, con disimulo hace deslizar su mano por debajo de la mesa, y de su pantalón, iniciando el mágico ritual con el que consigue desprenderse de su yo frustrado, y volar más alla del terreno estéril de su realidad.
Ahora Fede se dirige en coche hacia su casa en busca de un libro que le ha pedido Manuel, su mejor amigo y compañero de faena, que es profesor de Lengua y Literatura española. Ya en casa, coge el libro y, de repente escucha un gemido femenino, que proviene de la garganta de su mujer, acto seguido escucha a un hombre suspirar de placer. Su reacción, lejos de ser una reacción activa, lo mantiene escuchando, curioso y resignado al mismo tiempo. El libro que porta en las manos se titula "La insoportable vergüenza de vivir".
 De vuelta en el centro de estudios, Federico le cede el libro a Manuel diciendo -¿para que lo vas a utilizar?-... -a ver si despierto la conciencia de estas alimañas que tenemos por alumnos- reponde su amigo con una sonrisa en la boca. Al ver que Fede no le acompaña en su comentario jocoso, le dice, -luego hablamos-, a lo que Fede responde positivamente con un movimiento de cabeza, y ambos se dirigen a sus respectivas clases.
Ya en clase, Federico propone leer el análisis sobre Nietzsche que todos debían de tener hecho. Apenas se ven tres o cuatro manos levantadas, entre las cuales se encuentra la de Teresa, que muestra un interés desmedido por leer su ejercicio, el cual es percibido por Fede, que le pide que por favor se levante. Ella comenta que ha escogido el poema de "El Mago" de la obra "Así hablo Zarathustra", y acto seguido lo lee. Durante la exposición de la chica, Federico, que sabe de que trata, muestra una completa atención ante el discurso de su alumna, cuando esta termina de leer el poema él comenta:-¿y tu que crees que quiere decir?-. Inicia Teresa la lectura de su análisis diciendo con los ojos clavados en el profesor: -Habla de las personas que se sienten vivas en el dolor, en la deseperación. Habla de las personas que se identifican con su vida triste, que se sienten auténticos en su penitencia. Habla de alguién que se engaña a si mismo, lamentándose de su vida, y a su vez, sintiéndose reconfortado por ello sigue sumergida entre lamento y lamento. Habla de alguien que necesita de su penitencia. En definitiva, habla de un ciego que solo tendría que abrir los ojos para ver-. Cuando acaba su discurso Fede está impactado, nunca se había reconocido dentro de este poema, y ella había tenido la capacidad de ahondar en su interior como él nunca se había atrevido, y le había hecho ver que él era el protagonista.
Notablemente sensibilizado, pide que otros voluntarios expongan su ejercicio, a lo que Jesús responde -ya no hay más voluntarios- fijándole la mirada. Entonces, como si de un milagro se tratase, Fede hace de tripas corazón y le dice -ya no te tengo miedo, a partir de ahora, o me respetas, o no te quiero en mi clase-. Lo ha dicho con tal contundencia en sus gestos y en su palabras, que el rebelde, redimido en su rebeldía, empieza a sentir en su interior una sensación que nadie había conseguido transmitirle jamás, y que le proporciona una paz inusual en su carácter, dejando paso a los compañeros que querían, pero no se atrevían por miedo a la reprimenda y a la burla, explicar sus análisis.
Encontrándose de nuevo con Manuel, este le comenta, a modo de continuacón de la conversación que antes había quedado en el aire: -antes no te quise decir nada,¿pero se que algo te pasa, estás más tristón de lo normal?-
- cosas de la vida- dice Fede, mirando hacia el suelo
-hombre, tienes un trabajo estable, una mujer bella-...-la cual sabes que me engaña- corta Fede mostrando un ímpetu que no corresponde con sus formas apaciguadas...
-todos lo matrimonios tienen crisis, hazlo por tus hijos, ellos no se merecen una ruptura familiar a estas alturas, aún son muy jóvenes- comenta Manuel desde su posición  de mediador, un tanto despreocupada...
-realmente no se si se merecen la falsedad en la que los estamos criando-replica Federico con amargura...
-quizas tengas razón- dice Manuel ya más concienciado y un poco avergonzado...-¿y a tu trabajo que le pasa?- insiste, como queriendo salir de su azoramiento...
Entonces, con una voz que parece que le saliera del rincón más oscuro de sus entrañas, responde Federico: -Has vivido alguna vez una situación en la que consideras que todo debería de funcionar de una manera distinta, en la que sabes que nada podría ir a peor, y que por más que te esfuerzas en revertir la tendencia, todo sigue igual. Hasta que al final te das cuenta de que sencillamente, eres un fracasado más del sistema, porque el sistema solo busca fracasados, solo busca gente que agache la cabeza y se acoja a las ordenanzas, gente que se rinda a lo establecido, para así poder seguir subsistiendo con su ritmo atroz, importándole una mierda si realmente eres feliz con tu vida, si realmente te sientes realizado. Entonces empiezas a tener ideas extrañas, o mejor dicho, comienzas a tener ideas coherentes con tu realidad, superficial y estéril, preguntádote si realmente la vida tiene sentido. ¿ Y sabes que?, que me he dado cuenta de que mi vida no tiene sentido, ningún sentido-...
A lo que Manuel responde "¿y que piensas hacer?
Un silencio oscuro inunda la conversación, hasta que un sonido gutural traspasa el cerebro de Fede, rompiéndose algo en su interior, y proporcionándole una consciencia que solo había sentido tiempo atrás, cuando jugaba al fútbol con sus amigos, y todo carecía de importancia, excepto el hecho en si mismo de jugar y divertirse, o cuando besó por primera vez a Dolores, aprovechando la intimidad de los cuartos de baño del colegio donde estudiaron juntos, o simplemente cuando se tumbaba en los prados de su pueblo, siendo aún adolescente, y cerraba los ojos hipnotizado por el murmullo de las hojas de los arboles movidas al compás del viento. Pero esta vez sintió que todo era distinto, porque se dió cuenta de que esa tranquilidad provenía de su interior, y lo que es más importante, él era consciente de ello.
Esa misma noche volvió a soñar, pero su sueño fue distinto en esencia al de todas las noches. Normalmente soñaba con un elemento externo a él que le proporcionaba una muerte cruel, a la vez que le aconsejaba sobre alguna verdad existencial. Este sueño era distinto a todos.
Fede se encontraba enfrontado cara a cara con su reflejo, el reflejo se burlaba de él, recordando situaciones vividas por el día en las que no había actuado como el realmente querría hacerlo. Fede estaba impasible, hasta que de repente cogía una pistola que estaba posada sobre una mesa blanca, el reflejo hizo una mueca de descrédito al ver que Fede se acercaba el cañón de la misma a su sién, entonces Fede, con una seguridad nunca vista sonrió, aquí el reflejo empezó a dudar de las verdaderas intenciones de Fede, empezaba a creérselo, gesticulando deseperadamente para que no lo hiciera. Sin perder la sonrisa Federico apretó el gatillo y se escuchó un estruendo perturbador. Fede seguía de pié, con la sonrisa de satisfacción en la boca, y el reflejo yacía en el suelo, muerto, y con un agujero en la cabeza.
Como ya he dicho, todo era distinto, y Fede siguió durmiendo, con una cara de satisfacción que mostraba a las claras el cambio existencial que había experimentado esa misma mañana. Ya nada era igual, ni la cama de motel en la que ahora reposaba, junto a una maleta en la que metió lo poco que quería conservar de su antigua vida, ni su gesto despreocupado durmiendo junto a una foto de sus dos hijos apoyada en la mesilla. Ahora ya no era Fede, ahora volvía a ser Federico Guzmán, muerto tiempo atrás, renacido de sus cenizas.